Desde los griegos a los japoneses, pasando por los celtas, todos los pueblos tienen sus propias leyendas
y cuentos populares que pasan de generación en generación.
Son historias que esconden enseñanzas o moralejas, cuentos que a pesar de los años, nos sirven para transmitir valores…
Os invitamos a tod@s a leer, a ilustrar alguna de ellas o a enviar las que conozcáis para compartir en este espacio.
Si queréis participar, enviad vuestra ilustración o cuento a:
cp.ermita del santo.madrid@educa.madrid.org
El hombre que nunca mintió
Érase una vez un hombre muy sabio llamado Mamad. Este hombre era diferente a los demás, Mamad nunca había mentido. Todas las personas de la tierra, incluso aquellas que vivían a veinte días de distancia, sabían de él. Era admirado y venerado por todos
Un buen día, el rey de un lejano reino africano se enteró de la existencia de Mamad y ordenó a sus súbditos que lo llevaran al palacio. El hombre sabió entro al gran salón de palacio y se presentó ante el rey, quien le preguntó:
– Mamad, ¿es verdad que nunca has mentido?
– Sí, lo que cuentan es verdad, nunca he mentido.
– No doy crédito, ¿y nunca mentirás en tu vida?»
– Estoy completamente seguro de que nunca contaré una mentira, respondió sin dudarlo Mamad.
– Está bien, es posible que digas la verdad, ¡pero ten cuidado! La mentira es astuta y te llega a la lengua fácilmente, sentenció el rey no muy convencido de que Mamad no dijera una mentira en toda su vida.
Pasaron varios días y el rey volvió a llamar a Mamad. Cuando llegó, el rey estaba a punto de ir a cazar y sostenía a su caballo por la melena, su pie izquierdo ya estaba en el estribo pero, antes de montar miró a Mamad y le ordenó:
– Ve a mi palacio de verano y dile a la reina que estaré con ella para almorzar. Dile que prepare una gran fiesta. Entonces almorzarás con nosotros.
Mamad se inclinó y fue a ver a la reina para transmitirle el mensaje del rey, pero éste que era astuto y le gustaba ponera prueba a las personas, se rió y dijo al resto de súbditos que le acompañaban:
– No iremos a cazar, así Mamad irá a la reina y le contará un cuento, será su primera mentira,- dijo dando grandes risotadas,- Mañana nos reiremos mucho de él cuando se dé cuenta que no dijo la verdad.
Pero el sabio Mamad, que era mucho más astuto que el rey fue al palacio y dijo:
– Tal vez deberías preparar una gran fiesta para el almuerzo de mañana, y tal vez no deberías. Tal vez el rey vendrá al mediodía, y tal vez no lo hará.
– Dime, ¿vendrá o no? – preguntó la reina contrariada.
– No sé si el rey puso su pie derecho en el otro estribo cuando me fui o bajó al suelo su pie izquierdo y descabalgó, contestó satisfecho Mamad.
Al día siguiente, todos esperaban al rey. Cuanto entró al salón donde estaba la reina, le dijo orgulloso de haber sido el hombre que lograra hacer mentir al sabio Mamad:
– Mi reina, el sabio Mamad, ese hombre que nunca miente, te mintió ayer.
Pero la reina le dijo, palabra por palabra, lo que Mamad le había dicho. En ese momento, el rey se dio cuenta de que era cierto, aquel hombre tan sabio y conocido en todos los rincones nunca mentía.
– Mamad solo dice lo que ve con sus propios ojos, dijo muy pensativo.
Leyenda mexicana
Descubre por qué los perros se huelen la cola
Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años, en un pueblecito de México, los perros del lugar se sentían muy tristes. Ellos eran muy bondadosos y se comportaban con mucha fidelidad hacia los humanos: siempre les acompañaban, estaban a su lado, les ayudaban en las tareas del campo…
Los perros se convirtieron de esta forma en los animales más leales para los humanos. Y sin embargo, ellos estaban tristes. ¿Sabes por qué? Porque a pesar de que ellos se esforzaban en portarse cada vez mejor con los humanos, muchos de ellos les maltrataban o simplemente les mostraban indiferencia o desprecio.
Para hablar de este problema, un día, decenas de perros se reunieron en Asamblea. Consideraban que era una situación muy injusta y necesitaban encontrar la solución. Y después de mucho hablar, llegaron a esta conclusión: necesitaban la ayuda del dios Tiáloc.
Al terminar la reunión, escribieron una carta par enviarla a este dios. Pero les quedaba lo más importante. ¿Quién se encargaría de llevar la carta? El dios Tiáloc vivía muy, pero que muy lejos… Decidieron que tendría que ser un perro con muy buen olfato para encontrar el camino. Y escogieron al mejor: un perro negro, muy joven y musculoso con un olfato envidiable.
¡Que contento se puso el perro al ser elegido para una misión tan importante! Sin embargo, cuando iba a partir, preguntó por algo en lo que no había caído hasta ese momento: ¿y dónde guardaría la carta? Después de mucho pensar, el perro más anciano, dijo:
– Lo mejor es que la guardes bajo la cola, porque es el lugar más seguro.
Y así se hizo. El perrito partió contento hacia la morada del dios Tiáloc.
Pero pasaron los años. Y más y más años. Y todavía, a día de hoy, el perrito negro no ha vuelto de su misión. Por eso, desde que partió, los perros se huelen la cola al encontrarse, para reconocer si es el mensajero que vuelve con la carta del dios Tiáloc.
La mariposa azul
Cuenta una leyenda japonesa, que hace muchos años, un hombre enviudó y quedó a cargo de sus dos hijas. Las dos niñas eran muy curiosas, inteligentes y siempre tenían ansias de aprender. Por eso preguntaban mucho a su padre. A veces, su padre podía responderles sabiamente, pero otras veces no sabía qué contestar.
Viendo la inquietud de las dos niñas, decidió enviarlas de vacaciones a convivir y aprender con un sabio, el cual vivía en lo alto de una colina. El sabio era capaz de responder a todas las preguntas que las pequeñas le planteaban, sin ni siquiera dudar.
Sin embargo, las dos hermanas decidieron hacerle una pregunta trampa al sabio, para medir su sabiduría. Buscaron una pregunta que éste no fuera capaz de responder:
– ¿Cómo podremos engañar al sabio? ¿Qué pregunta podríamos hacerle que no sea capaz de responder? – preguntó la hermana pequeña a la más mayor.
– Espera aquí, enseguida te lo mostraré – indicó la mayor.
La hermana mayor salió al monte y regresó al cabo de una hora. Tenía su delantal cerrado a modo de saco, escondiendo algo.
– ¿Qué tienes ahí? – preguntó la hermana pequeña.
La hermana mayor metió su mano en el delantal y le mostró a la niña una hermosa mariposa azul.
– ¡Qué bonita! ¿Qué vas a hacer con ella?
– Ya sé qué preguntaremos. Iremos en su busca y esconderé esta mariposa en mi mano. Entonces le preguntaré al sabio si la mariposa que está en mi mano está viva o muerta. Si él responde que está viva, apretaré mi mano y la mataré. Si responde que está muerta, la dejaré libre. Por lo tanto, conteste lo que conteste, su respuesta será siempre errónea.
Aceptando la propuesta de la hermana mayor, ambas niñas fueron a buscar al sabio.
– Sabio – dijo la mayor – ¿Podría decirnos si la mariposa que llevo en mi mano está viva o está muerta?
A lo que el sabio, con una sonrisa pícara, le contestó: Depende de ti, ella está en tus manos.
Mar Vidal, 4 años
El cuento de Garbancito
(El favorito de Julieta y Francho, de 5 años, cuando van al pueblo de mamá)
Erase una vez hace mucho tiempo, un niño tan pequeño que cabía en la palma de una mano. Todos le llamaban Garbancito, incluso sus padres que le adoraban porque era un hijo cariñoso y muy listo. El tamaño poco importa cuando se tiene grande el corazón.
Era tan diminuto que nadie lo veía cuando salía a la calle. Eso sí, lo que sí podían hace era oírle cantando su canción preferida:
– “¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!”
A Garbancito le gustaba acompañar a su padre cuando iba al campo a la faena y aunque este temía lo que le pudiera pasar, le dejaba acompañarlo. En una ocasión Garbancito iba disfrutando de lo lindo, porque su padre le había permitido guiar al caballo.
– “¡Verás como también puedo hacerlo!”, le había dicho a su padre. Luego le pidió que lo situara sobre la oreja del animal y empezó a darle órdenes, que el caballo seguía sin saber de dónde provenían.
–“¿Ves, papá? No importa si soy pequeño, si también puedo pensar”. Le decía Garbancito a su padre que lo miraba orgulloso. Cuando llegaron al campo de coles, mientras su padre recolectaba todas las verduras para luego llevarlas al mercado, Garbancito jugaba y correteaba por dentro de las plantas.
Tanto se divertía el niño que no se dio cuenta de que cada vez se iba alejando más de su padre. De repente en una de las volteretas quedó atrapado dentro de una col, captando la atención de un enorme buey que se encontraba muy cerca de allí.
El animal de color parduzco se dirigió hacia donde se encontraba Garbancito y engulló la col de un solo bocado, con el niño adentro. Cuando llegó la hora de regresar el padre buscó a Garbancito por todos lados, sin éxito. Desesperado fue a avisar a su mujer, quien le ayudó a recorrer todos los sembrados y caminos casi hasta el anochecer. Gritaban con una sola voz: – ¡Garbancito! ¿Dónde estás hijo? Pero nadie respondía.
Los padres apenas pudieron conciliar el sueño aquella noche con el temor de no volver a ver a su hijo. A la mañana siguiente retomaron la búsqueda, sin ser capaces de encontrar aún a Garbancito.
Pasó la época de lluvia y luego las nevadas, y los padres seguían buscando: – ¡Garbancito! ¡Garbancito! Hasta un día en que se cruzaron con el enorme buey parduzco y sintieron una voz que parecía provenir de su interior. ¡Mamá! ¡Papá! ¡Estoy aquí! ¡En la tripa del buey, donde ni llueve ni nieva!
Sin poder creer que lo habían encontrado y aún seguía vivo, los padres se acercaron al buey e intentaron hacerle cosquillas para que lo dejara salir. El animal no pudo resistir y con un gran estornudo lanzó a Garbancito hacia afuera, quien abrazó a sus padres con inmensa alegría.
Luego de los abrazos y los besos, los tres regresaron a la casa celebrando y cantando al unísono:
– “¡Pachín, pachín, pachín!
– ¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
– ¡Pachín, pachín, pachín!
– ¡A Garbancito no piséis!”
El molino mágico
Había una vez un lugar lleno de agua y vegetación. Y en medio de aquel paraíso, un pequeño pueblo. El pueblo estaba formado por casitas pequeñas y blancas. Pero junto a él se alzaba una colina verde. Y en lo alto de la colina, un molino.
Los más ancianos decían que ese molino era mágico. El molinero se pasaba el día descansando, sin trabajar, y el molino le ofrecía todo lo que quería sin esfuerzo. Sólo tenía que pedirlo:
– ‘Muele, molino, muele, y haz aparecer 20 kilos de trigo, que yo lo pueda ver’- y el molino se lo daba, siempre y cuando pronunciara las palabras mágicas.
Al molinero se le ocurrió un día que si el molino era capaz de darle todo lo que le pedía, pordía intentar pedir otras cosas. Así que decidió pedir unas monedas de oro. Añadió las palabras mágicas y… ¡allí estaban las monedas relucientes! ¡A sus pies!
Los vecinos no tardaron en darse cuenta de que algo ocurría. Y empezaron a envidiar al molinero. Nunca le veían trabajar. Y siempre obtenía todo lo que quería. Eso sí, el molinero era generoso, y siempre repartía el trigo y el maiz entre todos los aldeanos.
Uno de los vecinos propuso ir al molino para comprobar qué ocurría allí. Pero ninguno quiso apoyar su idea. Sin embargo, no era el único interesado en averiguar el secreto del molinero. Unos piratas habían oído hablar del misterioso molino mágico. Decidieron acercarse al pueblo, y en silencio, los piratas se acercaron para escuchar qué palabras hacían brotar del molino todo lo que se le pedía. El molinero en ese momento dijo:
– ‘Muele, molino, muele… y haz aparecer… 20 kilos de mazorcas, que yo lo pueda ver’.
Cuando el molinero se fue a dormir, los piratas robaron las muelas del molino y las llevaron al barco. Decidieron probar y pidieron sal… pero la sal comenzó a brotar y a brotar sin control. El pirata no era capaz de parar las muelas. ¡No sabía qué palabras usar para pararlas! Así que el barco terminó hundiéndose por la sal. Las muelas se hundieron también. Nadie pudo pararlas. Nadie, salvo el molinero, sabía las palabras mágicas para detenerlas.
Y ahora ya sabéis el por qué el mar es salado y lo seguirá siendo por siempre jamás.
Kupe y el pulpo
(Descubriendo Nueva Zelanda – Leyenda maorí)
Según las tradiciones comunes a todas las actuales tribus maoríes de Nueva Zelanda, Kupe fue la primera persona en llegar a las costas de dicho territorio en el siglo X d.C. Kupe procedía de Hawaiiki que en lengua maorí significa “Paraíso Original” y que los investigadores sitúan entre Tahití y las Islas Cook.
Se cuenta que Kupe competía con su paisano Muturangi por cazar un pulpo gigantesco que atemorizaba a pescadores del lugar y ahuyentaba a los bancales de peces. Un día, el pulpo mordió el anzuelo de Kupe y comenzó entonces una feroz lucha entre el pescador y su presa.
Kupe, junto con su tripulación, trató día y noche de capturar al cefalópodo, pero el inteligente monstruo marino le alejó de la costa y se internó en aguas profundas. El pescador no se amedrentó y persiguió al pulpo durante interminables jornadas.
Varias semanas después, arrastrada por fuertes corrientes, su gran canoa llegó hasta la isla de la gran nube blanca –en maorí Aoetearoa, que fue como la llamó Kuramarotini, la esposa de Kupe, al ver una fumarola de erupción volcánica sobre el cielo- y allí, en el Estrecho de Raukawakawa (actual Estrecho de Cook), Kupe dio por fin caza al pulpo gigante
Aprovechando el descubrimiento de aquel impresionante e intacto territorio, Kupe y su tripulación exploraron sus costas e idearon una suerte de carta náutica de transmisión oral para poder regresar algún día. Así, al volver a su hogar contaron su hallazgo al resto de la tribu y la historia pasó de generación en generación. Años después, el clan decidió emigrar en una gran flota de canoas a aquel paraíso lejano, siguiendo la ruta marcada por el heroico pescador.